Hace poco más de dos meses, falleció Alberto Silvetti, de larga trayectoria en el sector óptico, y quien se destacó siempre, en todos los lugares donde trabajó, por su simpatía, la alegría y el don de gente.
Siendo muy chico, tuvo su primer acercamiento -casi de casualidad- con el rubro, y una vez que empezó a trabajar en él nunca más lo abandonó. A los 12 años llevaba a revelar fotos al local de Optica Saracco de Caballito, en la galería Primera Junta. Era 1963 y ya se destacaba por su fuerte personalidad: extrovertido, simpático y “caradura”, les pidió a los dueños trabajo para limpiar el local o hacer las vidrieras; y por su entusiasmo lo contrataron como cadete. Todavía de pantalones cortos, llevaba y traía los trabajos para calibrar, y entregaba pedidos a los clientes. En poco tiempo, en la empresa se dieron cuenta del potencial que tenía, y comenzaron a enseñarle los secretos de la venta, una tarea que parecía hecha a medida para él. Ese contacto con la gente, el arte de vender y llegar a otra persona, fue algo que lo apasionó durante toda su vida, tanto como tomar sol al aire libre.
Cuando la firma abrió el local a la calle donde hoy está su casa central, Alberto Silvetti empezó a, trabajar ahí como vendedor. Se preocupaba por conocer al cliente, interiorizándose de sus gustos particulares, con lo que logró desarrollar una forma de venta personalizada y única. Sorprendía a todos por su particular manera de vender, siempre de buen humor, con un tostado envidiable en su piel, con su peinado de pelos parados y una sonrisa en el rostro.
Así se hizo amigo no sólo de los clientes, también de los proveedores y fabricantes. Después de 15 años en la misma empresa, sintió que había terminado un ciclo, aunque siguió siempre en contacto con sus antiguos jefes, y con sus hijos, a los que vió crecer.
Alberto se divertía mucho haciendo su trabajo, también con sus compañeros. Y trataba siempre de ofrecer al cliente algo de calidad y a buen precio.
Un nuevo comienzo
La siguiente etapa fue en LOF, primero en un pequeño local sobre la Avenida Rivadavia, en el barrio de Flores. Allí conoció a Daniel Galaburri, el arquitecto que hizo la primera reforma importante del negocio y quien sería por mucho tiempo su compañero de aventuras.
Alberto se ganó la confianza total de Héctor Di Bella, titular de LOF; llegando a ser el gerente de la empresa, cuando empezó a expandirse a varios locales.
Doce años después, Alberto pasó a trabajar en Lutz Ferrando de Raúl Alberto Dello Russo, al abrir un nuevo local en la Galería del Sol, ubicada en Paraguay y Florida. Ambos hicieron crecer enormemente ese negocio, convirtiéndose en un emblema de las casas de óptica, sobre todo por la calidad de atención en las ventas. De allí pasó luego a otro local, en Santa Fe y Libertad, siempre manteniendo su esencia.
El último escalón en su carrera
Así lo recuerda Raúl Dello Russo, quien fue su último empleador: “Conocí a Alberto en 1995, en la presentación de una marca muy importante de anteojos de sol. Él ya era todo un referente en nuestro rubro, conocido entre los mayoristas por su personalidad y todo el encanto que desplegaba a la hora de la venta. Después de una pulseada fuerte para contratarlo, empezó a trabajar conmigo en 1999 en Lutz Ferrando, donde volvió a dedicarse exclusivamente a ser vendedor, el rol que más le gustaba. Era una muy buena persona, extrovertida y simpática, a la que todo el mundo pasaba a saludar. Siempre transmitía pura alegría”.
Durante más de 17 años trabajó en el mismo local de Lutz Ferrando, y después por comodidad pasó a otras sucursales más cercanas a su casa. Para Dello Russo, su principal virtud como vendedor era “no rendirse nunca con la venta, siempre intentaba mejorar lo que iba cerrando hasta llegar a valores en los que los clientes se sentían cómodos, a veces sorprendidos ellos mismos por cuánto él lograba que estuvieran dispuestos a gastar en su salud visual. Todo, sin perder la gracia, su sonrisa y la búsqueda de lo mejor para el usuario”.
Por último, hoy que ya Alberto no está, dice: “Resulta imposible evocarlo sin su sonrisa, su buen humor, sus frases divertidas y sus abrazos fuertes y efusivos. Todos los que pasamos por su vida vamos a recordar su risa y su calidez. Nos aportó una manera diferente de ver la vida, desafiándonos a ser más tolerantes y a respetar a todos; él con su respeto y alegría nos enseñó a los demás a ser mejores”.
Durante toda su vida, mantuvo el mismo carácter que lo hacía conocido por todos como “un loco lindo”, de alegría permanente y mirada tierna.
Para recordarlo siempre
Con Daniel, por más de treinta y siete años, Alberto compartió muchísimas cosas, desde su pasión por viajar, hasta el café de la mañana en algún bar de Buenos Aires. Juntos encontraron un lugar en el mundo: Brasil, que recorrieron de punta a punta, conociendo todas sus playas, fascinados por el sol, y conociendo muchas personas que se volvieron para ellos entrañables amigos. Justamente, si algo cosechó Alberto a lo largo de sus 70 años de vida fueron amigos. Esos mismos que lo acompañaron en su despedida, junto a familiares y compañeros de trabajo. A todos, su partida les dejó un gran vacío, pero también innumerables recuerdos, anécdotas y momentos compartidos; y por esas vivencias quienes lo conocieron, al acordarse de él no podrán evitar hacerlo con una sonrisa.